domingo, 11 de enero de 2009

Crepusculario


Pablo Neruda
(1904–1973)

CREPUSCULARIO
(1919)




ESTA IGLESIA NO TIENE...
Esta iglesia no tiene lampadarios votivos,
no tiene candelabros ni ceras amarillas
no necesita el alma de vitriales ojivos
para besar las hostias y rezar de rodillas.

El sermón sin inciensos es como una semilla
de carne y luz que cae temblando al surco vivo;
el Padre-Nuestro, rezo de la vida sencilla,
tiene un sabor de pan frutal y primitivo...

Tiene un sabor de pan. Oloroso pan prieto
que allá en la infancia blanca entregó su secreto
a toda alma fragante que lo quiso escuchar...

Y el Padre Nuestro en medio de la noche se pierde,
corre desnudo sobre las heredades verdes
y todo estremecido se sumerge en el mar...


PANTHEOS
Oh pedazo, pedazo de miseria, ¿en qué vida
tienes tus manos albas y tu cabeza triste?
... Y tanto andar, y tanto llorar las cosas idas
sin saber qué dolores fueron los que tuviste.

Sin saber qué pan blanco te nutrió, ni qué duna
te envolvió con su arena, te fundió en su calor,
sin saber si eres carne, si eres sol, si eres luna,
sin saber si sufriste nuestro mismo dolor.

Si estás en este árbol o si lloras conmigo
¿qué es lo que quieres, pedazo de miseria y amigo
de la cansada carne que no quiere perderte?

Si quieres no nos diga de qué racimo somos,
no nos digas el cuándo, no nos diga el cómo,
pero dinos adónde nos llevará la muerte...


VIEJO CIEGO, LLORABAS...
Viejo ciego, llorabas cuando tu vida era
buena, cuando tenías en tus ojos el sol:
pero si ya el silencio llegó, ¿qué es lo que esperas,
qué es lo que esperas, ciego, qué esperas del dolor?

En tu rincón semejas un niño que naciera
sin pies para la tierra, sin ojos para el mar,
y como las bestias entre la noche ciega
sin día y sin crepúsculo- se cansan de esperar.

Porque si tú conoces el camino que lleva
en dos o tres minutos hacia la vida nueva,
viejo ciego ¿qué esperas, qué puedes esperar?

Y si por la amargura más bruta del destino,
animal viejo y ciego, no sabes el camino,
ya que tengo dos ojos te lo puedo enseñar.


EL NUEVO SONETO A HELENA
Cuando estés vieja, niña (Ronsard ya te lo dijo),
te acordarás de aquellos versos que yo decía.
Tendrás los senos tristes de amamantar tus hijos,
los últimos retoños de tu vida vacía...

Yo estaré tan lejano que tus manos de cera
ararán el recuerdo de mis ruinas desnudas.
Comprenderás que puede nevar en Primavera
y que en la Primavera las nieves son más crudas.

Yo estaré tan lejano que el amor y la pena
que antes vacié en tu vida como un ánfora plena
esterán condenados a morir en mis manos...

Y será tarde porque se fue mi adolescencia,
tarde porque las flores una vez dan esencia
y porque aunque me llames yo estaré tan lejano...

SENSACIÓN DE OLOR
FRAGANCIA
de lilas...

Claros atardeceres de mi lejana infancia
que fluyó como el cauce de unas aguas tranquilas.

Y después un pañuelo temblando en la distancia.
Bajo el cielo de seda la estrella que titila.

Nada más. Pies cansados en las largas errancias
y un dolor, un dolor que remuerde y se afila.

...Y a lo lejos campanas, canciones, penas, ansias,
vírgenes que tenían tan dulces las pupilas.

Fragancia
de lilas...

IVRESSE
Hoy que danza en mi cuerpo la pasión de Paolo
y ebrio de un sueño alegre mi corazón se agita:
hoy que sé la alegría de ser libre y ser solo
como el pistilo de una margarita infinita;

oh mujer —carne y sueño—, ven a encantarme un poco,
ven a vaciar tus copas de sol en mi camino.
Que en mi barco amarillo tiemblen tus senos locos
y ebrios de juventud, que es el más bello vino.

Es bello porque nosotros lo bebemos
en estos temblorosos vasos de nuestro ser
que nos niegan el goce para que lo gocemos.
Bebamos.
Nunca dejemos de beber.

Nunca, mujer, rayo de luz, pulpa blanca de poma,
suavices la pisada que no te hará sufrir.
Sembremos la llanura antes de arar la loma.
Vivir será primero, después será morir.

Y después que en la ruta se apaguen nuestras huellas
y en el azul paremos nuestras blancas escalas
—flechas de oro que atajan en vano las estrellas—,
oh Francesca, hacia dónde te llevarán mis alas!

MORENA, LA BESADORA
Cabellera rubia, suelta,
corriendo como un estero,
cabellera.

Uñas duras y doradas,
flores curvas y sensuales,
uñas duras y dorada.

Comba del vientre, escondida,
y abierta como un fruta
o una herida.

Dulce rodilla desnuda
apretada en mis rodillas,
dulce rodilla desnuda.

Enredadera de pelo
entre la oferta redonda
de los senos.

Huella que dura en el lecho,
huella dormida en el alma,
palabras locas.

Perdidas palabras locas:
rematarán mis canciones,
se morirán nuestras bocas.

Morena, la Besadora,
rosal de todas las rosas
en una hora.

Besadora dulce y rubia,
me iré,
te irás, Besadora.

Pero aún tengo la aurora
enredada en casa sien.

Bésame, por eso, ahora,
bésame, Besadora,
ahora y en la hora
de nuestra muerte.
       Amén.
ORACIÓN
Carne doliente y machacada,
raudal de llanto sobre cada
noche de jergón malsano;
en esta hora yo quisiera
ver encantarse mis quimeras
a flor de labio, pecho y mano,
para que desciendan ellas
—las puras y únicas estrellas
de los jardines de mi amor—
en caravanas impolutas
sobre 1.1s almas de las putas
de estas ciudades del dolor.

Mal del amor, sensual laceria;
campana negra de miseria;
rosas del lecho de arrabal,
abierto al mal como un camino
por donde va el placer y el vino
desde la gloria al hospital.

En esta hora en que las lilas
sacuden sus hojas tranquilas
para botar el polvo impuro
vuela mi espiritu intocado,
traspasa el huerto y el vallado,
abre la puerta, salta el muro;

y va enredando en su camino
el mal dolor, el agrio sino
y desnudando la raigambre
de las mujeres que lucharon
y que cayeron
y pecaron
v murieron
bajo los látigos del hambre.

No sólo es seda lo que escribo,
que el verso hito sea vivo
como recuerdo en tierra ajena
para alumbrar la mala suerte
de los que van hacia la muerte
coligo la sangre por las venas.

De los que van desde la vida
rotas las manos doloridas
en todas las zarzas ajenas;
de los que en estas lloras quietas
no tienen madres ni poetas
para la pena.

Porque la frente en esta hora
se dobla y la mirada llora
saltando dolores y muros
en esta hora en que las lilas
sacuden sus hojas tranquilas
para botar cl polvo impuro.
EL ESTRIBILLO DEL TURCO
Flor el pantano vertiente la roca;
tu alma embellece lo que toca.

La carne pasa, tu vida queda
toda en mi verso de sangre o de seda.

Hay que ser dulce sobre todas las cosas;
más que un chacal vale una mariposa.

Eres gusano que labra y opera;
para ti crecen las verdes moreras.

Para que tejas tu seda celeste
la ciudad parece tranquila y agreste.

Gusano que labras, de pronto eres viejo;
¡el dolor del mundo crispa tus artejos!

A la muerte tu alma desnuda se asoma,
¡y le brotan alas de águila y paloma!

Y guarda la tierra tus vírgenes actas,
hermano gusano, tus sedas intactas.

¡Vive en el alba y el crepúsculo,
adora el tigre y el corpúsculo,
comprende 1a polea y el músculo!

Que se te vaya la vida, hermano,
no en lo divino sino en lo humano,
no en las estrellas Sino en tus manos.

Que llegará 1a noche y luego
serás de tierra, de viento o de fuego.

Por eso deja que todas tus puertas
se cimbren, a todos los vientos abiertas.

Y de tu huerta al viajero convida,
¡dale al viajero la flor de tu vida!

Y no seas duro, ni parco, ni terco,
¡sé una frutaleda sin garfios ni cercos!

Dulce hay que ser y darse a todos,
para vivir no hay otro modo
de ser dulces. Darse a las gentes
como a la tierra las vertientes.

Y no temer. Y no pensar.
Dar
para volver a dar.

Que quien se da no se termina
porque hay en él pulpa divina.


¡Como se dan sin terminarse, hermano mío,
al mar las aguas de los ríos!

Que mi canto en tu vida dore lo que deseas.
Tu buena voluntad torne en luz lo que miras.
Que tu vida así seas.

-¡Mentira, mentira, mentira!
EL CASTILLO MALDITO
Mientras camino la acera va golpeándome los pies,
el fulgor de las estrellas me va rompiendo los ojos.
Se me cae un pensamiento como se cae una mies
del carro que tambaleando raya los pardos rastrojos.

Oh pensamientos perdidos que nunca nadie recoge,
si la palabra se dice, la sensación queda adentro;
espiga sin madurar, Satanás le encuntre troje
¡que yo con los ojos rotos no le busco ni le encuentro!

Que yo con los ojos rotos sigo una ruta sin fin...
¿Por qué de los pensamientos, por qué de la vida en vano?
Como se muere la música si se deshace el violin,
no moveré mi canción cuando no mueva mis manos.

Alto de mi corazón en la explanada desierta
donde estoy crucificado como el dolor en un verso.
... Mi vida es un gran castillo sin ventanas y sin puertas
y para que tú no llegues por esta senda, la tuerzo.





FAREWELL Y LOS SOLLOZOS

FAREWELL
1
Desde el fondo de ti, y arrodillado,
un niño triste, como yo, nos mira.

Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.

Por esas manos, hijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.

Por sus ojos abiertos en la tierra
veré en los tuyos lágrimas un día.
2
Yo no lo quiero, Amada.

Para que nada nos amarre
que no nos una nada.

Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron las palabras.

Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana.
3

(Amo el amor de los marineros
que besan y se van.

Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.

En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.

Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.
4
Amo el amor que se reparte
en besos, lecho y pan.

Amor que puede ser eterno
y puede ser fugaz.

Amor que quiere libertarse
para volver a amar.

Amor divinizado que se acerca
Amor divinizado que se va.) 
5

Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,
ya no se endulzará junto a ti mi dolor.

Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada
y hacia donde camines llevarás mi dolor.

Fui tuyo, fuiste mía. Qué más? Juntos hicimos
un recodo en la ruta donde el amor pasó.

Fui tuyo, fuiste mía. Tu serás del que te ame,
del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.

Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.

...Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.
EL PADRE
Tierra de sembradura inculta y brava,
tierra en que no hay esteros ni caminos
mi vida bajo el Sol tiembla y se alarga.

Padre, tus ojos dulces nada pueden,
como nada pudieron las estrellas
que me abrasan los ojos y las sienes.

El mal de amor me encergueció la vista
y en la fontana dulce de mi sueño
se reflejó otra fuente estremecida.

Después... Pregunta a Dios por qué me dieron
lo que me dieron y por qué después
supe una soledad de tierra y cielo.

Mira, mi juventud fué un brote puro
que se quedó sin estallar y pierde
su dulzura de sangres y de jugos.

El sol que cae y cae eternamente
se cansó de besarla... Y el otoño.
Padre, tus ojos dulces nada pueden.

Escucharé en la noche tus palabras, ... niño, mi niño...
Y en la noche inmensa
seguiré con mis llagas y tus llagas.

EL CIEGO DE LA PANDERETA
Ciego, ¿siempre será tu ayer mañana
¿Siempre estará tu pandereta pobre
estremeciendo tus manos crispadas?

Yo voy pasando y veo tu silueta
y me parece que es tu corazón
el que se cimbra con tu pandereta.

Yo pasé ayer y supe tu dolor,
dolor que siendo yo quien lo ha sabido,
es mucho mayor.

No volveré por no volverte a ver,
pero mañana tu silueta negra
estará como ayer;

la mano que recibe
los ojos que no ven,
la cara parda, lastimosa y triste,
golpeando en cada salto la pared.

Ciego —Ya voy pasando y ya te miro—
y de rabia y dolor —¡qué sé yo qué!—
algo me aprieta el corazón,
el corazón y la sien.

¡Por tus ojos que nunca han mirado
cambiara yo los míos que te ven!
AMOR
Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte
la leche de los senos como de un manantial,
por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte
en la risa de oro y la voz de cristal.

Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos
y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,
porque tu ser pasara sin, pena al lado mío,
y saliera en la estrofa —limpio de todo mal—.

... Cómo sabría amarte, mujer como sabría
amarte, amarte como nadie supo jamás.
Morir y todavía
amarte más.
Y todavía
amarre más y más.
BARRIO SIN LUZ
¿Se va la poesía de las cosas
o no la puede condensar mi vida?
Ayer mirando el último crepúsculo
yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.

Las ciudades hollines y venganzas,
la cochinada gris de los suburbios,
la oficina que encorva las espaldas,
el jefe de ojos turbios.

Sangre de un arrebol sobre los cerros,
sangre sobre las calles y las plazas,
dolor de corazones rotos,
podre de hastíos y de lágrimas.

Un río abraza el arrabal
como una mano helada que tienta en las tinieblas:
sobre sus aguas se avergüenzan
de verse las estrellas.

Y las casas que esconden los deseos
detrás de las ventanas luminosas,
mientras afuera el viento
lleva un poco de barro a cada rosa.

Lejos... la bruma de las olvidanzas
humos espesos, tajamares rotos,
y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean
los bueyes y los hombres sudorosos.

Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas,
mordiendo solo todas las tristezas,
como si el llanto fuera una semilla
y yo el único surco de la tierra.
PUENTES
Puentes —arcos de acero azul adonde vienen
a dar su despedida los que pasan,
—por arriba los trenes,
—por abajo las aguas,
enfermo de seguir un largo viaje
que precipia, que sigue y nunca acaba.
Cielos —arriba cielos,
y pájaros que pasan
sin detenerse, caminando como
los trenes y las aguas.

¿Qué maldición cayó sobre vosotros?
¿Qué esperáis en la noche densa y larga
con los brazos abiertos como un niño
que muere a la llegada de su hermana?

¿Qué voz de maldición pasiva y negra
sobre vosotros extendió sus alas,
para hacer que siguieran
el viaje que no acaba
los paisajes, la vida, el sol, la tierra,
los trenes y las aguas,
mientras la angustia inmóvil del acero
se hunde más en la tierra y más la clava?
MAESTRANZAS DE NOCHE
Hierro negro que duerme, fierro negro que gime
por cada poro un grito de desconsolación.

Las cenizas ardidas sobre la tierra triste,
los caldos en que el bronce derritió su dolor.

Aves de qué lejano país desventurado
graznaron en la noche dolorosa y sin fin?

Y el grito se me crispa como un nervio enroscado
o como la cuerda rota de un violín.

Cada máquina tiene una pupila abierta
para mirarme a mí.

En las paredes cuelgan las interrogaciones,
florece en las bigornias el alma de los bronces
y hay un temblor de pasos en los cuartos desiertos.

Y entre la noche negra -desesperadas- corren
y sollozan las almas de los obreros muertos.
AROMOS RUBIOS EN LOS CAMPOS DE LONCOCHE
La pata gris del Malo pisó estas pardas tierras,
hirió estos dulces surcos, movió estos cuervos montes,
rasguñó las llanuras guardadas por la hilera
rural de las derechas alamedas bifrontes.

El terraplén yacente removió su cansancio,
se abrió como una mano desesperada el cerro,
en cabalgatas ebrias galopaban las nubes
arrancando de Dios, de la tierra y del cielo.

El agua entró en la tierra mientras la tierra huía
abiertas las entrañas y anegada la frente:
hacia los cuatro vientos, en las tardes malditas,
rodaban -ululando como tigres- los trenes.

Yo soy una palabra de este paisaje muerto,
yo soy el corazón de este cielo vacío:
cuando voy por los campos, con el alma en el viento,
mis venas continúan el rumor de los ríos.

¿A dónde vas ahora? —Sobre el cielo la greda
del crepúsculo, para los dedos de la noche.
No alumbrában estrellas... A mis ojos se enredan
aromos rubios en los campos de Loncoche.
GRITA
Amor, llegado que hayas a mi fuente lejana,
cuida de no morderme con tu voz de ilusión;
que mi dolor oscuro no se muera en tus alas,
que en tu garganta de oro no se ahogue mi voz.

  Amor —llegado que hayas
  a mi fuente lejana,
  sé turbian que desuella,
 sé rompiente que clava.

  Amor deshace el ritmo
 de mi aguas tranquilas;
sabe ser el dolor que retiemblan y que sufre,
sábeme ser la angustia que se retuerce y grita.

  No me des el olvido.
  No me des la ilusión.
Porque todas las hojas que a la tierra han caído
me tienen amarillo de oro el corazón.

  Amor —llegado que hayas
  a mi fuente lejana,
 tuérceme las vertientes,
 críspame las entrañas.
Y así una tarde —Amor de manos crueles—,
arrodillado, te daré las gracias.
LOS JUGADORES

Juegan, juegan.
Agachados, arrugados, decrépitos.

Este hombre torvo
junto a los mares de su patria, más lejana que el sol,
cantó bellas canciones.

Canción de la belleza de la tierra,
canción de la belleza de la Amada,
canción, canción
que no precisa fin.

Este otro de la mano en la frente,
pálido como la última hoja de un árbol,
debe tener hijas rubias
de carne apretada,
granada,
rosada.

Juegan, juegan.

Los miro entre la vaga bruma del gas y el humo.
Y mirando estos hombres sé que la vida es triste.



LOS CREPÚSCULOS DE MARURI
(Lentísimo)
La tarde sobre los tejados
cae
y cae...
Quién le dio para que viniera
alas de ave?

Y este silencio que lo llena
           todo,
desde qué país de astros
           se vino solo?

Y por qué esta brurna
         —plúmula trémula—;
beso de lluvia
          —sensitiva—
cayó en silencio —y para siempre—
          sobre mi vida?


Perro mío,
Si Dios está en mis versos,
Dios soy yo.

Si Dios está en tus ojos doloridos,
tú eres Dios.
¡Y en este mundo inmenso nadie existe
que se arrodille ante nosotros dos!


1
Amigo, llévate lo que tú quieras,
penetra tu mirada en los rincones
y si así lo deseas, yo te doy mi alma entera
con sus blancas avenidas y sus canciones.
2
Amigo -con la tarde haz que se vaya
este inútil y viejo deseo de vencer.
Bebe de mi cántaro si tienes sed.

Amigo —con la tarde haz que se vaya
este deseo mío de que todo el rosal
me pertenezca,  Amigo
si tienes hambre come de mi pan.
3
Todo, amigo, lo he hecho para ti. Todo esto
que sin mirar verás en mi estancia desnuda:
todo esto que se eleva por los muros derechos
—como mi corazón— siempre buscando altura.

Te sonríes —amigo... ¡Qué importa! Nadie sabe
entregar en las manos lo que se esconde adentro,
pero yo te doy mi alma, ánfora de mieles suaves,
y todo te lo doy... Menos aquel recuerdo...
... Que en mi heredad vacía aquel amor perdido,
es una rosa blanca, que se abre en el silencio...
(Mariposa de otoño)
La mariposa volotea
y arde —con el sol—; a veces.

Mancha volante y llamarada,
ahora se queda parada
sobre una hoja que la mece.

Me decían: —No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.

Yo tampoco decía nada.
Y pasó el tiempo de las mieses.

Hoy una mano de congoja
llena de otoño el horizonte.
Y hasta de mi alma caen hojas.

Me decían: —No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.

Era la hora de las espigas.
El sol, ahora,
convalece.

Todo se va en la vida, amigos.
Se va o perece.

Se va la mano que te induce.
Se va o perece.

Se va la rosa que desates.
También la boca que te bese.

El agua, la sombra y el vaso.
Se va o perece.

Pasó la hora de las espigas.
El sol, ahora, convalece.

Su lengua tibia me rodea.
También me dice: —Te parece.

La mariposa volotea,
revolotea,
y desaparece.


Dios -¿de donde sacaste para encender el cielo
este maravilloso crepúsculo de cobre?
Por él supe llenarme de alegría de nuevo
y la palabra dura supe tornarla noble.

Entre las llamaradas amarillas y verdes
se alumbró el lampadario de un sol desconocido,
que rasgó las azules llanuras del Oeste
y volcó en las montañas, sus fuentes y sus ríos.

Dame la maga fiesta. Dios, déjala en mi vida,
dame los fuegos tuyos para alumbrar la tierra,
deja en mi corazón tu lámpara encendida
y yo seré el aceite de su lumbre suprema.

Y me iré por los campos en la noche estrellada,
con los brazos abiertos y la frente desnuda,
cantando aires ingenuos con las mismas palabras
que en la noche se dicen los campos y la luna.


Me peina el viento los cabellos
como una mano maternal,
abro la puerta del recuerdo
y el pensamiento se me va.

Son otras voces las que llevo,
es de otros labios mi cantar,
¡hasta mi gruta de recuerdos
tiene una extraña claridad!

Frutos de tierras extranjeras,
olas azules de otro mar,
amores de otros hombres, penas
que no me atrevo a recordar.

¡Y el viento, el viento que me peina
como una mano maternal!

Mi verdad se pierde en la noche
¡no tengo noche ni verdad!

Tendido en medio del camino
deben pisarme para andar.

Pasan por mi sus corazones
ebrios de vino y de soñar.

Yo soy un puente inmóvil entre
tu corazón y la eternidad.

¡Si me muriera de repente
no dejaría de cantar!
Saudade —¿Qué será?... yo no sé... lo he buscado
en unos diccionarios empolvados y antiguos
y en otros libros que no me han dado el significado
de esta dulce palabra de perfiles ambiguos.

Dicen que azules son las montañas como ella,
que en ella se oscurecen los amores lejanos,
y un noble y buen amigo mío (y de las estrellas)
la nombra en un temblor de trenzas y de manos.

Y hoy en Eça de Queiroz sin mirar la adivino,
su secreto se evade, su dulzura me obsede
como una mariposa de cuerpo extraño y fino
siempre lejos —¡tan lejos!— de mis tranquilas redes.

Saudade... Oiga, vecino, ¿sabe el significado
de esta palabra blanca que como un pez se evade?
No... Y me tiembla en la boca su temblor delicado...
Saudade...


No lo había mirado y nuestros pasos
sonaban juntos.

Nunca escuché su voz y mi voz iba
llenando el mundo.

Y hubo un día de sol y mi alegría
en mí no cupo.

Sentí la angustia de cargar la nueva
soledad del crepúsculo.

Lo sentí junto a mí, brazos ardiendo,
limpio, sangrante, puro.

Y mi dolor, bajo la noche negra
entró en su corazón.
Y vamos juntos.


MI ALMA ES UN CARROUSEL VACÍO
EN EN CREPÚSCULO
Aquí estoy con mi pobre cuerpo frente al crepúsculo
que entinta de oros rojos el cielo de la tarde:
mientras entre la niebla los árboles obscuros
se libertan y salen a danzar por las calles.

Yo no sé por qué estoy aquí, ni cuando vine
ni por qué la luz roja del Sol lo llena todo:
me basta con sentir frente a mi cuerpo triste
la inmensidad de un cielo de luz teñido de oro,

la inmensa rojedad de un sol que ya no existe,
el inmenso cadáver de una tierra ya muerta,
y frente a las astrales luminarias que tiñen el cielo,
la inmensidad de mi alma bajo la tarde inmensa.


Hoy que es el cumpleaños de mi hermana, no tengo
nada que darle, nada. No tengo nada, hermana.
Todo lo que poseo siempre lo llevo lejos.
A veces hasta mi alma me parece lejana.

Pobre como una hoja amarilla de otoño
y cantor como un hilo de agua sobre una huerta:
los dolores, tú sabes cómo me caen todos
como al camino caen todas las hojas muertas.

Mis alegrías nunca las sabrás, hermanita,
y mi dolor es ése, no te las puedo dar:
vinieron como pájaros a posarse en mi vida,
una palabra dura las haría volar.

Pienso que también ellas me dejarán un día,
que me quedaré solo, como nunca lo estuve.
Tú lo sabes, hermana, la soledad me lleva
hacia el fin de la tierra como el viento a las nubes!

Pero para qué es esto de pensamientos tristes!
A ti menos que a nadie debe afligir mi voz!
Después de todo nada de esto que digo existe...
No vayas a contárselo a mi madre, por Dios!

Uno no sabe cómo va hilvanando mentiras,
y uno dice por ellas, y ellas hablan por uno.
Piensa que tengo el alma toda llena de risas,
y no te engañarás, hermana, te lo juro.


Nada me has dado y para ti mi vida
deshoja su rosal de desconsuelo,
porque ves estas cosas que yo miro,
las mismas tierras y los mismos cielos,

porque la red de nervios y de venas
que sostiene tu ser y tu belleza
se debe estremecer al beso puro
del sol, del mismo sol que a mi me besa.

Mujer, nada me has dado y sin embargo
a través de tu ser siento las cosas:
estoy alegre de mirar la tierra
en que tu corazón tiembla y reposa.

Me limitan en vano mis sentidos
—dulces flores que se abren en el viento—
porque adivino el pájaro que pasa
y que mojó de azul tu sentimiento.

Y sin embargo no me has dado nada,
no se florecen para mi tus años,
la cascada de cobre de tu risa
no apagará la sed de mis rebaños.

Hostia que no probó tu boca fina,
amador del amado que te llame,
saldré al camino con mi amor al brazo
como un vaso de miel para el que ames.

Ya ves, noche estrellada, canto y copa
en que bebes el agua que yo bebo,
vivo en tu vida, vives en mi vida,
nada me has dado y todo te lo debo.


Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza
de cielo se abre como una boca de muerto.
Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidada en el fondo de un palacio desierto.

Tengo miedo— Y me siento tan cansado y pequeño
que reflejo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma on ha de caber un sueño
así como en el cielo no ha cabido una estrella.)

Sin embargo en mis ojos una pregunta existe
y hay un grito en mi boca que mi boca no grita,
No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste
abandonada en medio de la tierra infinita!

Se muere el universo de una calma agonía
sin la fiesta del sol o el crepúsculo verde.
Agoniza Saturno como una pena mía,
la tierra e suna fruta negra que el cielo muerde.

Y por la vastedad del vacío van a ciegas
las nubes de la tarde, como barcas perdidas
que escondieran estrellas rotas en sus bodegas.
Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.



VENTANA AL CAMINO
CAMPESINA
Entre los surcos tu cuerpo moreno
es un racimo que a la tierra llega.
Torna los ojos, mírate los senos,
son dos semillas ácidas y ciegas.

Tu carne es tierra que será madura
cuando el otoño te tienda las manos,
y el surco que será tu sepultura
temblará, temblará, como un humano

al recibir tus carnes y tus huesos
-rosas de pulpa con rosas de cal-
rosas que en el primero de los besos
vibraron como un vaso de cristal.

La palabra de qué concepto pleno
será tu cuerpo? ¡No lo he de saber!
Torna los ojos, mírate los senos,
tal vez no alcanzarás a florecer.


AGUA DORMIDA
Quiero saltar  al agua para caer al cielo.

SINFONÍA DE LA TRILLA
Sacude las épicas eras
un loco viento festival.
  ¡Ay yeguayeguaa!...
Como un botoón en Primavera
se abre un relincho de cristal.

Revienta la espiga gallarda
bajo las patas vigorosas.
  ¡Ay yeguayeguaa!...
¡Por aumentar la zalagarda
trillarían las mariposas!
Maduros trigos amarillos,
campos expertos en donar.
   ¡Ay yeguayeguaa!...
Hombres de corazón sencillo.
¿Qué más podemos esperar?

Éste es el fruto de tu ciencia
varón de la mano callosa.
     ¡Ay yeguayeguaa!...
¡Sólo por falta de paciencia
las copihueras no dan rosa!

Sol que cayó a racimos sobre el llano,
ámbar del Sol, quiero divinizarte
en la flor, en el grano y en el vino.
Amor sólo me alcanza para amarte,
¡para divinizarte, hazme divino!

Que la tierra florezca en mis acciones
como en el jugo de oro de las viñas,
que perfume el dolor de mis canciones
como un fruto olvidado en la campiña.

Que trascienda mi carne a sembradura
ávida de brotar por todas partes,
que mis arterias lleven agua pura,
¡agua que canta cuando se reparte!

Yo quiero estar desnudo en las gavillas,
pisando por los cascos enemigos,
yo quiero abrirme y entregar semillas
de pan ¡yo quiero ser de tierra y trigo!

Yo di licores rojos y dolientes
cuando trilló el Amor mis avenidas,
ahora daré licores de vertiente
y aromaré los valles con mi herida.

Campo, dame tus aguas y tus rocas,
entiérrame en tus surcos, o recoge
mi vida en las canciones de tu boca
como un grano de trigo de tus trojes...

Dulcifica mis labios con tus mieles
¡campo de los recónditos panales!

Perfúmame a manzanas y laureles,
desgráname en los últimos trigales...

Lléname el corazón de cascabeles,
¡campo de los lebreles pastorales!

Rechinchan por las carreteras
los carros de vientres fecundos.
    ¡Ay yeguayeguaa!...
¡La llamarada de las eras
es la cabellera del mundo!

Va un grito de bronce removiendo
las bestias que trillan sin tregua
en un remolino tremendo...
  ¡Ay yeguayeguaa!...



PLAYA DEL SUR
La dentellada del mar muerde
la abierta pulpa de la costa
donde se estrella el agua verde
contra la arena silenciosa.

Parado cielo y lejanía.
El horizonte, como un brazo,
rodea la fruta encendida
del sol cayendo en el ocaso.

Frente a la furia del mar son
inútiles todos los sueños.
¿Para qué decir la canción
de un corazón que es tan pequeño?

Sin embargo es tan vasto el cielo
y rueda el tiempo, sin embargo.
¡Tenderse y dejarse llevar
por este viento azul y amargo!...

Desgranado viento del mar,
sigue besándome la cara.
¡Arrástrame, viento del mar,
adonde nadie me esperara!

A la tierra más pobre y dura
llévame, viento, entre tus alas,
así como llevas a veces
las semillas de las hierbas malas.

Ellas quieren rincones húmedos,
surcos abiertos, ellas quieren
crecer como todas las hierbas,
¡yo sólo quiero que me lleves!

Allá estaré como aquí estoy,
adonde vaya estaré siempre
con el deseo de partir
y con la mano en la frente...

Ésa es la pequeña canción
arrullada en un vasto sueño.
¿Para qué decir la canción
si el corazón es tan pequeño?

Pequeño frente al horizonte
y frente al mar enloquecido.
¡Si Dios gimiera en esta playa,
nadie oiría sus gemidos!

A mordiscos de sal y espuma
borra el mar mis últimos pasos...
La marea desata ahora
su cinturón, en el ocaso.

Y una bandada raya el cielo
como una nube de flechazos...


MANCHA EN TIERRAS DE COLOR
Patio de esta tierra luminoso patio
tendido a la orilla del río y del mar.

Inclinado sobre la boca del pozo
del fondo del pozo me veo brotar

como en una instantánea de sesenta cobres
distante y movida. Fotógrafo pobre,

el agua retrata mi camisa suelta
y mi pelo de hebras negras y revueltas.

Un alado piño de pájaros sube
como un escalera de seda, una nube.

Y —asomando detrás de la cerca sencilla,
cabeza amarilla, como maravilla,

como el corazón de la siesta en la trilla
rubia como el alma de las manzanillas,

veo a veces, gloria del paisaje seco,
la cabeza de Laura Pacheco.


POEMA EN DIEZ VERSOS
Era mi corazón un ala viva y turbia
y pavorosa ala de ahelo.

Era la Primavera sobre los campos verdes.
Azul era la altura y era esmeralda el suelo.

Ella —la que me amaba— se murió en Primavera.
Recuerdo aún sus ojos de paloma en desvelo.

Ella —la que me amaba— cerró los ojos. Tarde.
Tarde de campo, azul. Tarde de alas y vuelos.

Ella —la que me amaba— se murió en Primavera.
Y se llevó la primavera al cielo.


EL PUEBLO
La sombra de este monte protector y propicio,
como una manta indiana fresca y rural me cubre;
bebo el azul del cielo por mis ojos sin vicio
como un ternero mama la leche de las ubres.

Al pie de la colina se extiende el pueblo, y siento,
sin quererlo, el rodar de los tranways urbanos;
una iglesia se eleva para clavar el viento,
pero el muy vagabundo se le va de las manos.

Pueblo, eres triste y gris. Tienes las calles largas,
y un olor de almacén por tus calles pasea.
El agua de tus pozos la encuentro más amarga.
Las almas de tus hombres me parecen más feas.

No saben la belleza de un surtidor que canta,
ni del que la trasvasa floreciendo un concepto.
Sin detenerse, como el agua en la garganta.
Desde sus corazones se va el verso perfecto.

El pueblo es gris y triste. Si estoy ausente pienso
que la ausencia parece que lo acercara a mí.
Regreso, y hasta el cielo tiene un bostezo inmenso.
Y crece en mi alma un odio, como el de antes, intenso.
Pero ella vive aquí.
                                  PELLEAS Y MELISANDA
 
MELISANDA
Su cuerpo es una hostia fina, mínima y leve.
Tiene azules los ojos y las manos de nieve.

En el parque los árboles parecen congelados,
los pájaros en ellos se detienen cansados.

Sus trenzas rubias tocan el agua dulcemente
como dos brazos de oro brotados de la fuente.

Zumba el vuelo perdido de las lechuzas ciegas.
Melisanda se pone de rodillas —y ruega.

Los árboles se inclinan hasta tocar su frente.
Los pájaros se alejan en la tarde doliente.

Melisanda, la dulce, llora junto a la fuente.


EL ENCANTAMIENTO
Melisanda, la dulce, se ha extraviado de ruta,
Pelleas, lirio azul de un jardín imperial,
se la lleva en los brazos, como un cesto de fruta.


EL COLOQUIO MARAVILLADO
Pelleas.
Iba yo por
la senda, tú venías por ella,
mi amor cayó en tus brazos, tu amor tembló en los míos.
Desde entonces mi cielo de noche tuvo estrellas
y para recogerlas se hizo tu vida un río.
Para ti cada roca que tocarán mis manos
ha de ser manantial, aroma, fruta y flor.

Melisanda.
Para ti cada espiga debe apretar su grano
y en cada espiga debe desgranarse mi amor.

Pelleas
Me impedirás, en cambio, que yo mire la senda
cuando llegue la muerte para dejarla trunca.
Melisanda.
Te cubrirán mis ojos como una doble venda.

Pelleas.
Me hablarás de un camino que no termine nunca.
La música que escondo para encantarte huye
lejos de la canción que borbota y resalta;
como una vía láctea mi pecho fluye.

Melisanda.
En tus brazos se enredan las estrellas más altas.
Tengo miedo. Perdóname por no haber llegado antes.

Pelleas/
Una sonrisa tuya borra todo un pasado;
guardan tus labuos dulces lo que ya está distante.

Melisanda.
En un beso sabrás todo lo que he callado.

Pelleas.
Tal vez no sepa entonces conocer tu caricia,
porque en las venas mías tu ser se habrá confundido.

Melisanda
Cuando yo muerda un fruto tú sabrás su delicia.

Pelleas.
Cuando cierres los ojos me quedaré dormido.


LA CABELLERA
Pesada, espesa y rumorosa,
en la ventana del castillo
la cabellera de la Amada
es un lampadario amarillo.

—Tus manos blancas en mi boca.
—Mi frente en tu frente lunada.
Pelleas, ebrio, tambalea
bajo la selva perfumada.

—Melisanda, un lebrel aúlla
por los caminos de la aldea.
—Siempre que aúllan los lebreles
me muero de espanto, Pelleas.

—Melisanda, un corcel galopa
cerca del bosque de laureles.
—Tiemblo, Pelleas, en la noche
cuando galopan los corceles.

—Pelleas, alguien me ha tocado
la sien cona mano fina.

—Sería un beso de tu amado
o el ala de una golondtina.

En la ventana del castillo
en un lampadario amarillo
la milagrosa cabellera.

Ebrio, Pelleas, enloquece,
su corazón también quisiera
ser una boca que la bese.


LA MUERTE DE MELISANDA
A la sombra de los laures
Melisanda se está muriendo.

Se morirá su cuerpo leve.
Enterrarán su dulce cuerpo.

Juntarán sus manos de nieve.
Dejarán sus ojos abiertos

para que alumbren a Pelleas
hasta después que se haya muerto.

A la sombra de los laureles
Melisanda muere en silencio.

Por ella llorará la fuente
un llanto trémulo y eterno.

Por ella orarán los cipreses
arrodillados bajo el viento.

Habrá galope de corceles,
lunarios ladridos de perros.

A la sombra de los laureles
Melisanda se está muriendo.

Por ella el sol en el castillo
se apagará como un enfermo.

Por ella morirá Pelleas
cuando la lleven al entierro.

Por ella vagará de noche,
moribundo por los senderos.

Por ella pisará las rosas,
perseguirá las mariposas
y dormirá en los cementerios.

Por ella, por ella, por ella Pelleas, el príncipe, ha muerto.


CANCIÓN DE LOS AMANTES MUERTES

Ella era bella y era buena.
Él era dulce y era triste
Murieron del mismo dolor
      Perdonaló, Señor!

Se dormía en sus brazos blancos
como una abeja en una flor.

      ¡Perdonaló, Señor!

Amaba las dulces canciones,
¡ella era una dulce canción!

      ¡Perdonaló, Señor!

Cuando hablaba era como si alguien
hubiera llorado en su voz.

      ¡Perdonaló, Señor!

Ella decía: “—Tengo miedo”.
“Oigo una voz en lo lejano”.

      ¡Perdonaló, Señor!

Él decía: “—Tu pequeñita
mano en mis labios”.

      ¡Perdonaló, Señor!

Miraban juntos las estrellas.
No hablaban de amor.

Cuando moría una mariposa
lloraban los dos.

      ¡Perdonaló, Señor!

Ella era bella y era buena. Él era dulce y era triste.
Murieron del mismo dolor.

¡Perdónalos,
Perdónalos, Perdonalós, Señor!



FINAL
Fueron creadas por mí estas palabras
con sangre mía, con dolores míos,
fueron creadas!
Yo lo comprendo, amigos, yo lo comprendo todo.
Se mezclaron voces ajenas a las mías,
yo lo comprendo, amigos!
Como si yo quisiera volar y amí llegaran
en ayuda las alas de las aves,
todas las alas,
así vinieron estas palabras extranjeras
a desatar la oscura ebriedad de mi alma

Es el alba, y parece
que no se apretaran las angustias
en tan terribles nudos en torno a la garganta.
Y sin embargo,
fueron creadas,
con sangre mía, con dolores míos,
fueron creadas por mí estas palabras!

Palabras para la alegría
cuando era mi corazón
una corola de llamas;
palabras del dolor que clva,
de los instintos que remuerden,
de los impulsos que amenazan,
de los infinitos deseos,
de las inquietudes amargas,
palabras del amor, que en mi vida florece
como una tierra roja llena de umbelas blancas.
No cabían en mí. Nunca cupieron.
De niño mi dolor fué grito
y mi alegría fué silencio.

Después los ojos
olvidaron las lágrimas
barridas por el viento del corazón de todos.

Ahora, decidme, amigos,
dónde esconder aquella aguda
furia de los sollozos.

Decidme, amigos, dónde
esconder el silencio, para que nunca nadie,
lo sintiera con los oídos o con los ojos.

Vinieron las palabras, y mi corazón,
incontenible como un amanecer,
se rompió en las palabras y se apegó a su vuelo,
y en sus fugas heroicas lo llevan y lo arrastran,
abandonado y loco, y olvidado bajo ellas
como un pájaro muerto, debajo de sus alas.



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